Cuando nos
dispusimos a salir de la playa e irnos cada uno a su respectivo hospicio, Pablo
se ofreció para acompañarme hasta casa, pero yo sabía que estaba cansado, por
lo que le insistí para que se fuera directo hasta su hotel.
-Que
descanses. Mañana hablamos y te sigo enseñando la ciudad, ¿de acuerdo?-le dije,
sonriente.
-Claro-me
dijo, mientras me acariciaba la mano-. Olatz, gracias por este día que me has
ofrecido…Ahora mismo te estás convirtiendo poco a poco en uno de los pilares
que sostiene mi vida, y eso es muy valioso. Gracias, de corazón.
-No me las
tienes que dar. Es más, gracias a ti por aparecer en mi vida por la puerta de
atrás, o por la de delante, qué más da, lo que importa es que ahora estamos así
y no quiero que esto se acabe nunca.
Dicho
aquello nos abrazamos, me besó y yo me dispuse a coger el autobus para volver a
casa.
Estaba
feliz, al fin y al cabo el día había sido maravilloso. Pero lo peor estaba por
llegar. Un chico joven, de estatura media, me preguntó por dónde se iba a la
Calle Loiola.
-Está un
poco lejos de aquí, tendrá que coger el autobus.
Lo hice con
mi mejor intención pero hice mal. De repente, me cogió bruscamente del brazo y
me llevó a un jardín donde no había nadie debido a que era madrugada. Allí me
tiró al suelo e intentó hacerme dios sabe qué después de darme numerables
golpes en la cara y cuerpo. No sé ni cómo ni por qué pero conseguí sacar
fuerzas de donde no las tenía, con el recuerdo de Pablo presente, y conseguí
apartar a aquél cerdo de encima de mi cuerpo y salir corriendo. Tuve la suerte
de que había un autobus a punto de salir. Sin dudarlo me monté en él y le dije
al conductor que arrancara, llorando.
-Pero, ¿Qué
te ha pasado? ¿Quieres que te lleve a un hospital? ¿Llamo a la policía?-aquél
conductor no hacía más que preguntarme.
-No, estoy
bien. ¿Puede llevarme a la calle Eskalantegi de Pasajes Antxo, por favor?
-Claro,
chiquilla. ¿Estás segura de que estás bien?
Yo asentí la cabeza. En todo el
viaje el conductor no hacía más que mirarme. Se veía que era majo, la verdad es
que lo conocía de vista, de haberlo visto más de una vez por la ciudad. No
paraba de llorar y tiritar.
Por fín
llegamos. Le dí las gracias como pude y me bajé corriendo hasta llegar a mi
casa. Estaba sola así que cerré pestillos y cerraduras y le llamé enseguida a
Alba para decirle que viniera a pasar la noche conmigo.
-Pero, ¿Qué
pasa? No me asustes-la notaba preocupada.
-Por favor,
ven, que no puedo más-yo no paraba de llorar. Normal que estuviera preocupada.
Veinte minutos
después de haber hablado con ella ya estaba aquí. Tocó la puerta como acordamos
y en cuanto entró y me vio así se lanzó a mis brazos después de haber cerrado
la puerta.
-Pero qué
te han hecho por dios…
-Estaba
oscuro y un chico se acercó a preguntarme algo, yo le respondí pero el me cogió
y no…
-Venga,
tranquila, ya estoy aquí, ¿sí?-ella me abrazó sin dejarme terminar.
En aquél
momento como en muchos otros era mi salvadora. No podía seguir adelante sin
ella. Me curó las heridas, estuvo abrazada a mí mucho rato, el rato que me pasé
llorando y luego me dormí. Ella no sabe ni a día de hoy todo lo que la quería y
lo que la sigo queriendo.
Al día
siguiente amaneció y los rayos de sol entraron por mi ventana; pero, al
contrario que otros días, mis ganas de levantarme y ganar la batalla contra la vida
no vinieron. Hoy no podía seguir adelante. Estaba asustada. La simple idea de
salir a la calle me atemorizaba. Estaba temblando. Me ví las heridas y los
moratones de los brazos y las gotas de agua salada comenzaron a caer por mi
cara. En ese momento Alba entró en mi habitación.
-Ey, ¿qué
pasa? Venga no llores.-se acercó a mí y me abrazó, transmitiéndome esa energía
que sólo ella tenía.
-Tengo
miedo…
-Lo sé,
cariño, pero no puedes dejar que un malnacido te arruine la vida. ¿Quieres que
le llame a Pablo y quedamos con él? Te ayudará verle.
-¡No! No
quiero que Pablo me vea así y menos que sepa todo lo que ha ocurrido. Alba, ni
se te ocurra llamarle, ¿está claro?
-Vale,
tranquila, no lo haré.
En parte me
daba vergüenza que Pablo me viera así, no sé por qué, pero era lo que de verdad
sentía. Aquellas magulladuras en mi cuerpo, que se habían convertido en seña de
identidad de una chica sufridora, eran un símbolo de debilidad para mí y cada
vez que los veía, se me quitaban las ganas de que una persona tan especial como
él las viera también.
Los días
pasaban y yo los pasaba encerrada en mi casa, sin compañía, con la vista
perdida en el horizonte que se veía desde el horizonte de la ventana de mi
habitación. Pablo me llamaba, me mandaba mensajes por el movil, por twitter,
por facebook… Yo no era capaz de responderle. Lo sé, era una cobarde, siempre
lo fui, pero no era capaz, no tenía la valentía de hacerlo.
Alba venía
dos o tres veces al día a hacerme la cura de las heridas, puesto que yo no quería
ir al médico o que una enfermera viniera a mi casa. El mejor momento del día
era cuando venía Alba y me transmitía esa energía, SU energía, la que la hace
tan poderosa; porque sí, ella es poderosa; poderosa y valerosa. Todos los días
me decía lo mismo: “¿Por qué no sales a dar una vuelta? “ o “¿Por qué no llamas
a Pablo? Estará preocupado, sino mira todos los mensajes que te deja por todas
partes…”. Pero no, yo siempre que no. Hasta que un día, sin decirle nada a
nadie decidí salir a correr bajo la lluvia. Necesitaba deshacer ese nudo que
tenía en el estómago que me impedía salir adelante.
Pensé en
Pablo, en todo lo que había hecho por mí, en todo lo que se había convertido
para mí y en esos rayos de sol matutinos que me dedicaba, un rayo acompañado de
una sonrisa dibujada en mi mente. Me puse las zapatillas, me tapé las heridas y
salí a correr. No tenía fuerzas pero yo quería seguir, no me quería rendir como
siempre. Necesitaba demostrarle al mundo que podía. Si pude esperar a Pablo, ¿Cómo
no podría luchar contra el mundo?
Llovía,
cada vez más, y yo cada vez tenía menos fuerzas; pero seguía. Sentía las gotas
en mi cabeza, el cansancio en mis piernas, pero continuaba, por él, por el
hombre al que amaba. Sabía que con aquello no ganaba nada pero lo hacía.
Mientras yo
estaba en esa lucha, Alba no sabía dónde estaba. Habia ido como cada día a
visitarme pero yo había salido sin decirle nada. Consiguió el teléfono de Pablo,
ya que me había dejado la BlackBerry en casa y allí lo vio. Sin dudarlo dos
veces lo llamó.
-Emm. Hola
Pablo, soy Alba, la amiga de Olatz. No sé si te acordarás pero hablamos una vez
por teléfono…-ella estaba nerviosa pero él lo estaba más.
-Sí, claro
que me acuerdo. Por dios, dime cómo está Olatz. ¿Está bien? ¿Por qué no me coge
el télefono? ¿Le ha ocurrido algo?
-Te llamaba
como último recurso, pensaba que tú sabrías algo…Hace unos días ocurrió algo con
lo que Olatz se derrumbó. No quería salir de casa y menos hablar contigo. Yo
hacía todo lo posible pero no conseguía nada. Hoy, como cada día he venido a
ver cómo estaba pero no está en casa y no ha dejado ninguna nota ni nada.
¿Sabes algún sitio donde pueda estar?
-Pero, ¡¿Qué
ha ocurrido?! Creo que ya sé dónde puede estar. Voy para allá. En cuanto sepa
algo te llamo, ¿de acuerdo?
-Vale, por
favor. Si necesitas algo, llámame, sin dudarlo.
Los dos
estaban preocupados por mí y mientras tanto yo seguía corriendo, bajo la
lluvia, dejándome la fuerza en ello.
Pablo se
fue corriendo bajo la lluvia a aquella playa que se había vuelto tan especial
para nosotros. En unos pocos días me conocía mejor que nadie; conocía lo que
sentía y conocía lo que pensaba.
Entre la
neblina que se había creado por la mezcla de mis lágrimas con la lluvia, ví su
silueta. La silueta de Pablo. Venía corriendo hacia mí, esquivando todo tipo de
obstáculos. Yo lo veía a cámara lenta. Me desvanecía. Me estaba quedando sin
fuerzas. Pero entonces llegó él, abrió su paraguas mientras se quitaba su
abrigo negro, me abrazó y me puso el abrigo por encima.
-Perdón. No
podía…-no tenía fuerzas ni de hablar. Pero entre llantos quería decirle a Pablo
lo ocurrido.
-Pero
cariño. ¿Quién te ha hecho esto?- noté que Pablo estaba temblando de la rabia,
al ver lo que me había pasado.
-Un chico
se me acercó y no sé lo que pasó…Me tiró al suelo…-no podía seguir, él lo
entendió.
-Ey,
tranquila, ¿vale? Ya ha pasado todo, ahora estoy aquí contigo, todo ha pasado,
te dije que te iba a proteger y lo haré. Siempre que me necesites estaré aquí.
Me abrazó
como nunca antes lo había hecho. Seguía sintiendo su calidez como el primer día
la sentí.
-De aquí en
adelante enséñame tus heridas del corazón, y yo las curaré con mi amor. Te
quiero y has pasado de no ser nada a serlo todo.
Yo no
paraba de temblar, pero Pablo me consolaba; entre sus brazos me sentía más
segura que nunca. Sentía que el mundo no me ganaría ahí. Nunca nos íban a
separar.
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