jueves, 16 de febrero de 2012

7. ENSEÑA TUS HERIDAS Y ASÍ LAS CURARÁS


            Cuando nos dispusimos a salir de la playa e irnos cada uno a su respectivo hospicio, Pablo se ofreció para acompañarme hasta casa, pero yo sabía que estaba cansado, por lo que le insistí para que se fuera directo hasta su hotel.
            -Que descanses. Mañana hablamos y te sigo enseñando la ciudad, ¿de acuerdo?-le dije, sonriente.
            -Claro-me dijo, mientras me acariciaba la mano-. Olatz, gracias por este día que me has ofrecido…Ahora mismo te estás convirtiendo poco a poco en uno de los pilares que sostiene mi vida, y eso es muy valioso. Gracias, de corazón.
            -No me las tienes que dar. Es más, gracias a ti por aparecer en mi vida por la puerta de atrás, o por la de delante, qué más da, lo que importa es que ahora estamos así y no quiero que esto se acabe nunca.
            Dicho aquello nos abrazamos, me besó y yo me dispuse a coger el autobus para volver a casa.
            Estaba feliz, al fin y al cabo el día había sido maravilloso. Pero lo peor estaba por llegar. Un chico joven, de estatura media, me preguntó por dónde se iba a la Calle Loiola.
            -Está un poco lejos de aquí, tendrá que coger el autobus.
            Lo hice con mi mejor intención pero hice mal. De repente, me cogió bruscamente del brazo y me llevó a un jardín donde no había nadie debido a que era madrugada. Allí me tiró al suelo e intentó hacerme dios sabe qué después de darme numerables golpes en la cara y cuerpo. No sé ni cómo ni por qué pero conseguí sacar fuerzas de donde no las tenía, con el recuerdo de Pablo presente, y conseguí apartar a aquél cerdo de encima de mi cuerpo y salir corriendo. Tuve la suerte de que había un autobus a punto de salir. Sin dudarlo me monté en él y le dije al conductor que arrancara, llorando.
            -Pero, ¿Qué te ha pasado? ¿Quieres que te lleve a un hospital? ¿Llamo a la policía?-aquél conductor no hacía más que preguntarme.
            -No, estoy bien. ¿Puede llevarme a la calle Eskalantegi de Pasajes Antxo, por favor?
            -Claro, chiquilla. ¿Estás segura de que estás bien?
Yo asentí la cabeza. En todo el viaje el conductor no hacía más que mirarme. Se veía que era majo, la verdad es que lo conocía de vista, de haberlo visto más de una vez por la ciudad. No paraba de llorar y tiritar.
            Por fín llegamos. Le dí las gracias como pude y me bajé corriendo hasta llegar a mi casa. Estaba sola así que cerré pestillos y cerraduras y le llamé enseguida a Alba para decirle que viniera a pasar la noche conmigo.
            -Pero, ¿Qué pasa? No me asustes-la notaba preocupada.
            -Por favor, ven, que no puedo más-yo no paraba de llorar. Normal que estuviera preocupada.
            Veinte minutos después de haber hablado con ella ya estaba aquí. Tocó la puerta como acordamos y en cuanto entró y me vio así se lanzó a mis brazos después de haber cerrado la puerta.
            -Pero qué te han hecho por dios…
            -Estaba oscuro y un chico se acercó a preguntarme algo, yo le respondí pero el me cogió y no…
            -Venga, tranquila, ya estoy aquí, ¿sí?-ella me abrazó sin dejarme terminar.
            En aquél momento como en muchos otros era mi salvadora. No podía seguir adelante sin ella. Me curó las heridas, estuvo abrazada a mí mucho rato, el rato que me pasé llorando y luego me dormí. Ella no sabe ni a día de hoy todo lo que la quería y lo que la sigo queriendo.
            Al día siguiente amaneció y los rayos de sol entraron por mi ventana; pero, al contrario que otros días, mis ganas de levantarme y ganar la batalla contra la vida no vinieron. Hoy no podía seguir adelante. Estaba asustada. La simple idea de salir a la calle me atemorizaba. Estaba temblando. Me ví las heridas y los moratones de los brazos y las gotas de agua salada comenzaron a caer por mi cara. En ese momento Alba entró en mi habitación.
            -Ey, ¿qué pasa? Venga no llores.-se acercó a mí y me abrazó, transmitiéndome esa energía que sólo ella tenía.
            -Tengo miedo…
            -Lo sé, cariño, pero no puedes dejar que un malnacido te arruine la vida. ¿Quieres que le llame a Pablo y quedamos con él? Te ayudará verle.
            -¡No! No quiero que Pablo me vea así y menos que sepa todo lo que ha ocurrido. Alba, ni se te ocurra llamarle, ¿está claro?
            -Vale, tranquila, no lo haré.
            En parte me daba vergüenza que Pablo me viera así, no sé por qué, pero era lo que de verdad sentía. Aquellas magulladuras en mi cuerpo, que se habían convertido en seña de identidad de una chica sufridora, eran un símbolo de debilidad para mí y cada vez que los veía, se me quitaban las ganas de que una persona tan especial como él las viera también.
            Los días pasaban y yo los pasaba encerrada en mi casa, sin compañía, con la vista perdida en el horizonte que se veía desde el horizonte de la ventana de mi habitación. Pablo me llamaba, me mandaba mensajes por el movil, por twitter, por facebook… Yo no era capaz de responderle. Lo sé, era una cobarde, siempre lo fui, pero no era capaz, no tenía la valentía de hacerlo.
            Alba venía dos o tres veces al día a hacerme la cura de las heridas, puesto que yo no quería ir al médico o que una enfermera viniera a mi casa. El mejor momento del día era cuando venía Alba y me transmitía esa energía, SU energía, la que la hace tan poderosa; porque sí, ella es poderosa; poderosa y valerosa. Todos los días me decía lo mismo: “¿Por qué no sales a dar una vuelta? “ o “¿Por qué no llamas a Pablo? Estará preocupado, sino mira todos los mensajes que te deja por todas partes…”. Pero no, yo siempre que no. Hasta que un día, sin decirle nada a nadie decidí salir a correr bajo la lluvia. Necesitaba deshacer ese nudo que tenía en el estómago que me impedía salir adelante.
            Pensé en Pablo, en todo lo que había hecho por mí, en todo lo que se había convertido para mí y en esos rayos de sol matutinos que me dedicaba, un rayo acompañado de una sonrisa dibujada en mi mente. Me puse las zapatillas, me tapé las heridas y salí a correr. No tenía fuerzas pero yo quería seguir, no me quería rendir como siempre. Necesitaba demostrarle al mundo que podía. Si pude esperar a Pablo, ¿Cómo no podría luchar contra el mundo?
            Llovía, cada vez más, y yo cada vez tenía menos fuerzas; pero seguía. Sentía las gotas en mi cabeza, el cansancio en mis piernas, pero continuaba, por él, por el hombre al que amaba. Sabía que con aquello no ganaba nada pero lo hacía.
            Mientras yo estaba en esa lucha, Alba no sabía dónde estaba. Habia ido como cada día a visitarme pero yo había salido sin decirle nada. Consiguió el teléfono de Pablo, ya que me había dejado la BlackBerry en casa y allí lo vio. Sin dudarlo dos veces lo llamó.
            -Emm. Hola Pablo, soy Alba, la amiga de Olatz. No sé si te acordarás pero hablamos una vez por teléfono…-ella estaba nerviosa pero él lo estaba más.
            -Sí, claro que me acuerdo. Por dios, dime cómo está Olatz. ¿Está bien? ¿Por qué no me coge el télefono? ¿Le ha ocurrido algo?
            -Te llamaba como último recurso, pensaba que tú sabrías algo…Hace unos días ocurrió algo con lo que Olatz se derrumbó. No quería salir de casa y menos hablar contigo. Yo hacía todo lo posible pero no conseguía nada. Hoy, como cada día he venido a ver cómo estaba pero no está en casa y no ha dejado ninguna nota ni nada. ¿Sabes algún sitio donde pueda estar?
            -Pero, ¡¿Qué ha ocurrido?! Creo que ya sé dónde puede estar. Voy para allá. En cuanto sepa algo te llamo, ¿de acuerdo?
            -Vale, por favor. Si necesitas algo, llámame, sin dudarlo.
            Los dos estaban preocupados por mí y mientras tanto yo seguía corriendo, bajo la lluvia, dejándome la fuerza en ello.
            Pablo se fue corriendo bajo la lluvia a aquella playa que se había vuelto tan especial para nosotros. En unos pocos días me conocía mejor que nadie; conocía lo que sentía y conocía lo que pensaba.
            Entre la neblina que se había creado por la mezcla de mis lágrimas con la lluvia, ví su silueta. La silueta de Pablo. Venía corriendo hacia mí, esquivando todo tipo de obstáculos. Yo lo veía a cámara lenta. Me desvanecía. Me estaba quedando sin fuerzas. Pero entonces llegó él, abrió su paraguas mientras se quitaba su abrigo negro, me abrazó y me puso el abrigo por encima.
            -Perdón. No podía…-no tenía fuerzas ni de hablar. Pero entre llantos quería decirle a Pablo lo ocurrido.
            -Pero cariño. ¿Quién te ha hecho esto?- noté que Pablo estaba temblando de la rabia, al ver lo que me había pasado.
            -Un chico se me acercó y no sé lo que pasó…Me tiró al suelo…-no podía seguir, él lo entendió.
            -Ey, tranquila, ¿vale? Ya ha pasado todo, ahora estoy aquí contigo, todo ha pasado, te dije que te iba a proteger y lo haré. Siempre que me necesites estaré aquí.
            Me abrazó como nunca antes lo había hecho. Seguía sintiendo su calidez como el primer día la sentí.
            -De aquí en adelante enséñame tus heridas del corazón, y yo las curaré con mi amor. Te quiero y has pasado de no ser nada a serlo todo.
            Yo no paraba de temblar, pero Pablo me consolaba; entre sus brazos me sentía más segura que nunca. Sentía que el mundo no me ganaría ahí. Nunca nos íban a separar.


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